Pocas empresas más nobles que la de rescatar del abandono a un edificio representativo de una época, de un estilo, de una etapa en la historia de un país, de una ciudad, de una cultura.
El cruce de las calles Bartolomé Mitre y Suipacha , en Buenos Aires, conserva mucho de la fisonomía de la urbe como era a fines del siglo pasado.
El Palacio San Miguel continúa, por suerte, ostentando su airosa mole y la elegancia de su ornamentación. Estratégicamente ubicado en el centro de la ciudad, el edificio vegetaba desde su cierre en 1976. La incuria y hasta la amenaza de demolición, lo destinaban a la ruina. Pero la firma propietaria del lugar, Ianua S.A. , resolvió, en gesto poco habitual y, por eso mismo doblemente meritorio, recuperar la construcción para la ciudad, para el disfrute de sus habitantes, preservando el exterior y restituyéndolo a nuevo, y adaptando el interior, con cuidado extremo de no modificar su esencia, a nuevos usos.